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CORRIENTE LIT.: Indigenismo
MOV. O GRUPO : Orkopata
MICROBIOGRAFIA.- Nació en Puno en 1900 y murió en Arequipa en
1977 huérfano de padres a muy tierna edad, creció junto a su abuela materna, donde la misma lo crió en un ambiente de moral rígida y buenas costumbres, como la anciana era cristiana, se sabia de memoria la historia de los Santos, esmeradamente de Cristo, los Apóstoles, San Francisco de Asís, Santa Rosa de Lima, cuyas vidas consagradas al bien de la humanidad, le relataba noche a noche, haciendo desfilar la persecución de los católicos por lo paganos, como en una pantalla cinematografía, tal vez ello haya despertado en Jaika su desmedida afición por el relato.
Jaika fue descubierto por Gamaliel Churata, el gran escritor puneño, quien a la vez fue su maestro y guía. José Carlos Mariátegui lo lanzó al mundo intelectual, publicando sus primeras narraciones en el número 18 de su prestigiosa revista “Amauta” (1928) con el sub titulo de “Relatos Aymaras”; luego aparecen sus colaboraciones en revistas selectas de la Capital de la republica como “Expresión”, “Cultura Peruana”, “ La Sierra ” “Folklore”; así como en la revista de los Institutos Americanos de Arte del Cuzco y Puno.
Las producciones de Jaika han sido transcritas en 5 antologías: En “Biblioteca de Cultura Peruana” en 12 tomos, en la que aparecen junto a Lopez Albujar, Ventura Garcia Calderon, Abraham Valdelomar, y otras valiosos firmas; en “Antología de Letras Puneñas”; en “Cuentos Peruanos para Niños”, “El Cuento Puneño”; en “El cuento Puneño”, y en “Nueva Imagen del Cuento Sur Peruano”.
Su cuento “Kasarasiri” de Jaika, ha sido traducido al Alemán por Rudulf Kaltofen y publicado en Berlin.
Puede clasificarse a Jaika dentro de la vanguardia indigenista en el Perú, su cuento y relato siempre trata del campo, la vida rural, la pampa, la puna, el lago, el frío, con un estilo simple y popular; fue parte del mayor movimiento literario y artístico del Altiplano Peruano, el “Grupo Orkopata”; Mateo Jaika falleció el 4 de Setiembre de 1977 en la ciudad de Arequipa.
Jaika fue descubierto por Gamaliel Churata, el gran escritor puneño, quien a la vez fue su maestro y guía. José Carlos Mariátegui lo lanzó al mundo intelectual, publicando sus primeras narraciones en el número 18 de su prestigiosa revista “Amauta” (1928) con el sub titulo de “Relatos Aymaras”; luego aparecen sus colaboraciones en revistas selectas de la Capital de la republica como “Expresión”, “Cultura Peruana”, “ La Sierra ” “Folklore”; así como en la revista de los Institutos Americanos de Arte del Cuzco y Puno.
Las producciones de Jaika han sido transcritas en 5 antologías: En “Biblioteca de Cultura Peruana” en 12 tomos, en la que aparecen junto a Lopez Albujar, Ventura Garcia Calderon, Abraham Valdelomar, y otras valiosos firmas; en “Antología de Letras Puneñas”; en “Cuentos Peruanos para Niños”, “El Cuento Puneño”; en “El cuento Puneño”, y en “Nueva Imagen del Cuento Sur Peruano”.
Su cuento “Kasarasiri” de Jaika, ha sido traducido al Alemán por Rudulf Kaltofen y publicado en Berlin.
Puede clasificarse a Jaika dentro de la vanguardia indigenista en el Perú, su cuento y relato siempre trata del campo, la vida rural, la pampa, la puna, el lago, el frío, con un estilo simple y popular; fue parte del mayor movimiento literario y artístico del Altiplano Peruano, el “Grupo Orkopata”; Mateo Jaika falleció el 4 de Setiembre de 1977 en la ciudad de Arequipa.
OBRAS:
EN PROSA
GENERO NARRATIVO
CUENTOS
- "Cuentos cholos ( Puno, 1965)
- "Kancharani"
(Lima, 1969)
- "Kasarasiri" (Berlín, 1965
traducido al alemán por Rudulf
katofen)
- "Relatos
Aymaras"
LOS
PESCADORES DEL TITICACA
(FRAGMENTO)
Este sucede en uno de los veranos de la meseta del
Titikaka.
Por el borde de las chacras floridas y los abales
perfumados, los mozos y mozas de la comarca, batiendo al aire sus banderas
peruanas y wichiwichis floreados, bailaban cantando la alegre wifala al son de
la música alegre de sus charangos. Esta fiesta la ofrecen los indígenas en los
días siguientes al carnaval, época en toda la meseta, gris, árida y silenciosa,
se torna verduzca, florida, rumorosa y perfumada: época en que el cielo,
perennemente pardo se deshace en lluviecitas con sol y cambia en azúl turquí;
época en que los arroyos, las vertientes, los manantiales y las olas cantan con
más alegría, los pajarillos y los totorales.
El viejo Timoteo enfiló las bogas en una lata que
luego colocó sobre unas piedras que hacía de fogón improvisado, donde embutió
cuanta charamusca encontró a mano. Al comienzo una humareda espesa lo asfixiaba
pero después le llenó de contento una llama viva chisporroteante, clara y el
agradable olor a pescado que se asa en ese olor a frituras que el viento
colecta se impregna en el espacio.
Al atardecer las nubes iban haciéndose más espesas y
los chorlitos se cruzaban en bandadas. Cuando el vientecillo que anuncia
tormentas corría por la pampa, los cerros y el lago, volvieron la anciana y los
chiquillos con sus rebaños, que fueron apresuradamente a encerrarlos en los
corralones. Apenas llegaron a la cabaña se asomaron al asado y se pusieron a
saborearlo. La viejecita, después de embutirse un bocado se dirigió a la
cocina. Los chiquillos y el viejo al ver que arreciaba más el viento y que se
aproximaba la tormenta, se apresuraron a recoger y a guardar todas sus cosas en
las habitaciones. Poco después se embozaron con sus ponchos y sus bufandas.
El lago se puso furioso, cambió de color y arrojaba
a su orilla copos de espuma. Las gaviotas, que revoloteaban capeando las olas
de improviso descendían para hacerse mecer por ellas. Los patos y las wallatas,
por parejas, apresuradamente volaban hacia occidente y parvadas de pajaritos
también volaban luchando contra el viento.
Cuando ya todo se hallaba lóbrego y sólo los lejanos
relámpagos iluminaban intermitentemente el espacio, sopló con más furia el
viento y los truenos hicieron temblar la tierra, comenzó una lluviecita menuda,
cantarina; después se deshicieron nuevamente las nubes en chaparrones.
A esa hora de borrasca, en que parece que a todo el
orbe conmueve un cataclismo, una lechuza comenzó a aletear y graznar en la
puerta de la vivienda. De los ancianos que velaban, el viejo salió a atisbar.
Volvió lleno de estupor y dijo a la anciana.
La lechuza ha graznado en nuestra puerta. Mala
señal, mal aguero!. La aludida, contestó:
¡Ay! Dios mío que será.
Y ambos tuvieron la evidencia de una tragedia.
Y así fue, aunque parezca mentira. En los días
siguientes comenzaron a enfermarse los chiquillos. El dolor de cabeza, el
estómago. Las calenturas los tiró en cama uno tras otro. Los viejos no sabían
con qué sanarlos. El curandero del ayllu recetó pegarles a las plantas de los
pies, papeles untados con clara de huevo, darles cocimiento de ñuycho, ponerles
hojas frescas de llanten a las axilas, bañarlos con orines frescos..... Todo lo
pusieron, más sin resultado alguno. Los muchachos se asaban lanzando ayes que
desgarraban el alma. Tenían los labios secos y las barriguitas hinchadas con
manchas moradas. Los abuelos se pasaban todas las noches en vela, y transidos
de dolor, sólo atinaban a interrogarse:
¿Que tendrán?. ¿Qué hacer?. ¿Qué ponerles?. ¿Pero
qué ?. Las preguntas no tenían respuesta ni el alivio daba esperanza.
Finalmente apelaron a los rezos y los zahumerios;
pero nada, nada.
Todo era inútil y quizás debido a su fatal
ignorancia, los remedios que les daban; acentuaban más la fiebre que los
consumía.
Un día se murió el menorcito, le siguió otro, y así
fueron desfilando todos los chiquitos a la apacheta, envueltos en unos jergones
con coronitas de papel blanco y crucesitas labradas en madera bruta.
Después de la muerte de sus hijos, les quedaban el
consuelo de sus nietecitos, esos majjtitos rechonchos, vivarachos y traviesos.
Pero ahora que se han muerto, que quedaba?. Ya no
les quedaba nada en la vida. Todo les resultaba innecesario: la buena cosecha,
la abundante pesca, la pródiga parición del ganado, el consuelo de su perro, el
maullar del gato, la alegría del verano y toda la maravilla lacustre que otra
constituían su encanto. Las frases consoladoras de su compañera, tampoco tenían
ya esa paz saludable de otros días, ni sus ojos esa sensibilidad aguda para
escucharla.
Nó a mucho cayo la compañera de toda su vida; esa
naturaleza desgastada había de resistir menor aún que la de los chiquillos.
Con ese golpe más el pobre viejo perdió el sentido y
la conciencia de la vida; caminaba como un autómata y cuando dejaba de hacerlo
se inmovilizaba como los monolitos. Enmudeció para siempre la comida, la sabia
amarga, el agua del manantial se le ofrecía como hiel, el sol le resultaba
quemante y la luna sin poesía y aunque el lago en la brisa mañadera, le envíaba
algún consuelo, él lo veía negro, negro como el hollín de su cocina.
Este viejo, perteneciente a la raza de bronce,
después de una larga y conmovedora agonía dejó de existir, sus amigos,
envueltos en unos pobres jergones lo sepultaron en una cumbre, dejándole como
recuerdo una cruz de irus.
Hoy sólo el viento lamenta su MUERTE, y en las
noches se lamenta más quejumbroso aún; tiene razón, porque en la cabaña, que
antes era un nido de amor y de consuelo, hoy no existe, sino un montón de
piedras, terrón y totora.
1 comentarios:
Asi realmente es la vida rural, porque yo la hé conocido muy de cerca